El resultado de la reciente contienda electoral no solo consolidó la polarización a nivel nacional, sino que reconfiguró el Congreso argentino en un tablero de ajedrez donde la negociación permanente y la flexibilidad ideológica serán la divisa de la gobernabilidad del presidente, Javier Milei.
Lejos de obtener una mayoría propia que le permita implementar su agenda de reformas de manera unilateral, el oficialismo se encuentra en una posición de "veto asegurado" pero de "sanción precaria", obligándolo a forjar alianzas tácticas con un "centro impredecible" que mutó de árbitro a custodio del quórum.
Con este panorama, la nueva configuración legislativa es un mapa de tensiones simétricas. Dos grandes bloques dominan el pulso: el oficialismo (La Libertad Avanza y el PRO), que suma cerca de 104 bancas, y la oposición dura (Fuerza Patria y la izquierda), con un promedio de 103 legisladores. La paridad de fuerzas es el principio rector: ninguno de los polos podrá imponer condiciones sin negociar con el tercero en discordia.
La victoria electoral le otorgó a Milei el poder de resistir vetos, un logro significativo. Pero la fragmentación del Congreso le niega el poder de legislar. El llamado al consenso que ensayó el Presidente al cerrar la jornada electoral no es una opción, sino una condición de existencia política. La Casa Rosada deberá desarmar su aparato de confrontación y construir puentes permanentes con los bloques provinciales, cuya prioridad es la estabilidad de sus distritos.
La batalla de los 25 votos en Diputados
En la Cámara Baja, el oficialismo necesita sumar al menos 25 votos a sus 104 para alcanzar el quórum de 129. Esta necesidad obliga a Milei a desplegar una estrategia de "caza" de alianzas en el centro, compuesto por unos 50 legisladores de procedencias tan diversas como el radicalismo, la Coalición Cívica, los bloques provinciales y ex-libertarios.
El Presidente, en su discurso triunfal, ya identificó a sus interlocutores: gobernadores y oficialismos locales "racionales y procapitalistas". Esta segmentación orienta la búsqueda hacia dos grupos principales: los Gobernadores Acuerdistas (que suman alrededor de 12 votos de provincias como Salta, Misiones, San Juan, Tucumán y Neuquén), motivados por el pragmatismo territorial y el aseguramiento de recursos; y los radicales cercanos (unos 11 votos), que ya mostraron sintonía con el Gobierno. Sumar estas 23 voluntades dejaría al oficialismo a solo 14 votos del objetivo.
La verdadera prueba de fuego será negociar con el núcleo más volátil: las 22 voluntades de Provincias Unidas, Encuentro Federal y los radicales no alineados. Este grupo, que se distanció por la confrontación de Milei con el Congreso, exige un giro en el estilo y un interlocutor creíble. Su adhesión no vendrá de la ideología, sino de la capacidad del Ejecutivo para ceder en aspectos federales y moderar el tenor de las reformas. La gobernabilidad se juega aquí, en evitar que este centro se incline hacia la oposición, sumándose a los ex-libertarios disidentes de Coherencia, convertidos en un obstáculo constante para la agenda oficial.
El Senado: la nueva debilidad del peronismo y la bisagra radical
La dinámica se replica en el Senado, pero con un cambio estructural de gran calado. El peronismo sufrió un revés histórico al pasar de 34 a 28 senadores, perdiendo de facto la capacidad de bloqueo automático. Si bien Unión por la Patria sigue siendo la primera minoría, ya no puede por sí misma vetar leyes ni sostener la iniciativa legislativa. Esto lo obliga a una oposición más activa y a buscar desesperadamente alinear al centro.
El oficialismo (24 bancas) necesita sumar 13 voluntades, y aquí el radicalismo (10 senadores) emerge como el pivote ineludible. Incluso sumando a todos los senadores provinciales acuerdistas (Hugo Passalacqua, Gustavo Sáenz, Rolando Figueroa) y a las bancadas federales de Provincias Unidas (Nacho Torres, Martín Llaryora, Claudio Vidal), el Gobierno seguirá necesitando al menos dos o tres votos radicales para alcanzar la mayoría.
Este rol de bisagra coloca a la UCR en una encrucijada existencial. En su seno conviven figuras afines al Ejecutivo (como Carolina Losada) y críticos viscerales (como Flavio Fama), lo que augura una alta tensión interna. Si la UCR negocia su apoyo a cambio de moderar las políticas de Milei, arriesga la unidad interna; si se alinea incondicionalmente, hipoteca su identidad política. Su éxito será no solo un factor de gobernabilidad, sino la medida de su propia supervivencia en la nueva era política.